domingo, 27 de abril de 2014

La mirada cínica

Está en boca de todo el mundo el cambio radical que ha dado en su carrera Matthew McConaughey, que ha pasado de ser un actor cuyo único talento reconocido era tener una cara bonita a uno de los más respetados, incluso de culto para muchos por la serie True Detective. Pero hagamos un poco de memoria. No es el único caso, hay precedentes de actores hechos a sí mismos. Y uno de ellos fue William Holden, una de las grandes estrellas del Hollywood de los cincuenta.

"Siempre quiso una piscina. Bueno, al final consiguió una. Sólo que el precio resultó ser un poco alto." El crepúsculo de los dioses.


Desde su primer papel hasta el reconocimiento más que merecido como un actor de primera línea pasaron doce años y nada menos que 25 películas. Sí, nadie dijo que los inicios fueran fáciles, y hasta El crepúsculo de los dioses (1950, Billy Wilder) intervino en películas de escasa transcendencia con una guerra mundial de por medio que le llamó a filas. Un guionista trepa y seductor que acepta escribir para una diosa del cine olvidada, interpretada por Gloria Swanson de manera magistral, fue la película que nos mostró ese aura y esa facha magnética de galán descarado y alérgico al compromiso. Un inicio para la posteridad con su cadáver tirado en una piscina y su propia voz en off narrando la película marcarían su nombre con letras de oro.

"Chicos, si me cruzo con algunos de vosotros en una esquina, finjamos no habernos conocido". Traidor en el infierno

El que no está conmigo está contra mí. Así de tiesas se las tuvo Holden en Traidor en el Infierno (1953, Billy Wilder) con sus compañeros de barracón. Acusado de saboteador y colaboracionista, Sefton, su personaje, es un hombre de vuelta de todo, mordaz, individualista ante el borreguismo y la idiotez, dispuesto incluso a soportar el desprecio y el destierro de la manada por defender su integridad. Curiosamente, a Holden no le gustaba esa personalidad tan egoísta y autosuficiente de Sefton, pero Wilder se opuso siempre a tocar el personaje. Y acertó. Holden nos brindó uno de los personajes más carismáticos y cautivadores de su carrera.

"- Lo siento, señor. Pensaba que era el enemigo. - Bueno, soy americano, si eso es lo que quieres decir". El puente sobre el río Kwai

Bajo la agobiante atmósfera y el sol abrasador de la jungla, en el campo de prisioneros japonés del general Saito, el mayor Shears parece ser el único que conserva algo de cordura. Un lugar en mitad de la nada en el que se ha olvidado porqué se estaba luchando, en el que la amistad y la enemistad están separados por una línea más bien difusa. O mejor dicho, por un puente de madera. David Lean bendice a Holden con una obra maestra del cine de aventuras, El puente sobre el río Kwai (1957). Un general japonés déspota. Un coronel británico con delirios de grandeza. Un puente que destruir. Un silbido para la eternidad.

"Todos soñamos con ser niños alguna vez, incluso los peores. Quizás los peores los que más". Grupo Salvaje

Pero como decía Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando. El momento de William Holden, alcohólico y con las arrugas venciendo a su apolínea belleza, parecía acabarse, pero él sabía que aún tenía cosas que ofrecer. Grupo Salvaje (1969, Sam Peckinpah) fue un romántico e inconformista golpe de rabia, una mirada hacia el glorioso pasado de unos viejos camaradas que veían como el mundo se convertía en algo que les era ajeno, un lugar en el que no había cabida para los outsiders, un último grito de amistad antes del destino al que todos, tarde o temprano, debemos rendir cuentas. Era la alegoría perfecta de la vida de William Holden.


Otras películas de su filmografía:

- Nacida ayer (1950), George Cukor.
- Fort Bravo (1953), John Sturges.
- La luna es azul (1953), Otto Preminger.
- Los puentes de Toko-Ri (1954), Mark Robson.
- Sabrina (1954), Billy Wilder.
- Misión de Audaces (1959), John Ford.
- El coloso en llamas (1974), John Guillermin.
- Network (1976), Sidney Lumet.
- Fedora (1978), Billy Wilder.

El crepúsculo de los Dioses

Traidor en el infierno 
El puente sobre el río Kwai 
Grupo salvaje

viernes, 4 de abril de 2014

Rush, la verdadera jungla de asfalto

No hay muchos deportes que hayan resistido una adaptación cinematográfica. Quizás el boxeo es el único con una larga tradición y un puñado de buenas películas: Toro Salvaje, The BoxerGentleman Jim, Más dura será la caída... Los precedentes para el mundo del motor no auguraban nada bueno y dejaban poco margen para el entusiasmo, una vez visto el pelaje de Driven, A todo gas o 60 segundos.

Ron Howard se pone serio y da un volantazo para romper con la tendencia a banalizar las carreras. Eso sí, sin renunciar a la pirotecnia. No olvidemos que esto es, al fin y al cabo, el show de la Fórmula 1 y no una adaptación libre de la Crítica de la Razón Pura de Kant. Reflexiones las justas. El espectáculo está garantizado con las chicas del paddock, el rugir de los motores y un duelo brutal entre machos alfa. Howard se rinde sin condiciones ante la corriente más mainstream, sí, pero vemos que todo está hecho con mimo y cuidado hasta el más mínimo detalle. Como ya se pudo ver en Cinderella Man,  la recreación de los combates de boxeo y de la sociedad en la Gran Depresión es la prueba del grado de obsesión y perfeccionamiento al que acostumbra Howard en sus últimos proyectos. Su pasión por los coches de los setenta queda más que patente ante la gran variedad de modelos que nos muestra y la fidelidad a sus diseños originales.

Este detallismo técnico tiene su máximo exponente en las carreras, cuestión que merece un capítulo aparte. Es fácil hacer un par de búsquedas en internet y averiguar que pasó en el campeonato del 76. Yo lo hice para comprobar si lo que había visto se ajustaba a la realidad. Lo impresionante fue que, además de verificar la fidelidad a los hechos, algunas de las escenas de la película están hechas exactamente igual a como ocurrieron. Y es que están rodadas con un nervio brutal, las carreras son realmente emocionantes y el duelo entre estas dos bestias del motor se acelera hasta alcanzar velocidad punta en el genial desenlace. Porque esa es otra, Chris Hemsworth y Daniel Brühl están de pole position, sobre todo este último encarnando al gran Niki Lauda.

Los protagonistas son la otra gran baza de la película. Sus interpretaciones ayudan a dar profundidad a unos personajes que de por sí se encuentran muy bien definidos, no así sus consortes (Olivia Wilde y Alexandra Maria Lara respectivamente), que no dejan de ser más que un mero complemento para los protagonistas. Da muchísimo juego la lucha entre estos dos colosos, porque tanto en la vida privada como en la profesional Niki Lauda y James Hunt son dos modelos contrapuestos. Hunt es un juerguista, un playboy y en el asfalto es irregular, brusco y con arrebatos de genialidad, mientras que Lauda lleva una vida más estable y con el coche es metódico, fiable y previsor. Son el yin y el yang. Es la clásica lucha entre Rómulo y Remo, entre Héctor y Aquiles. No hay nada nuevo bajo el sol, el material perfecto para hacer una película made in Hollywood.

El regusto final no es de disfrute exclusivo para los aficionados a la Fórmula 1. La lucha meteórica de estos dos locos al volante se degusta sin tiempo para recuperar el aliento y sin necesidad de saber qué es una chicane, el pit lane ni demás jerga automovilística. Una película que no disimula  una meta tan prosaica como el entretenimiento, pero a la que no se le puede acusar, ni mucho menos, de la vergonzosa intrascendencia de un blockbuster.


Daniel Brühl es Niki Lauda 
Chris Hemsworth es James Hunt

Olivia Wilde es Suzie Miller 
Alexandra Maria Lara es Marlene Knaus

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